miércoles, 13 de noviembre de 2013

"La curiosidad de Marcela"



«El cielo estaba gris, a punto de caer un aguacero. Marcela se asustó al oír el rayo y supo que había llegado la hora de volver a casa. En el interior de la vivienda la esperaba Coquito, su gato persa de color blanco con una gran mata de pelo largo.
Atrapó el cepillo y comenzó a cepillar al gato mientras éste ronroneaba contento. Una sombra apartó a Marcela de su tarea y la llevó de vuelta al patio a investigar lo que le había parecido ver a través del cristal.
Un chico, dos años mayor que ella, apareció en su jardín y Marcela no dudó en abrirle la puerta para hacerlo pasar. Pero el niño no estaba solo. Un hombre mayor, parecido a su papá lo acompañaba. Ambos pasaron al interior de la vivienda y tomaron a Marcela del brazo para que la acompañaran a jugar en casa del niño junto a la hermana de éste.
Marcela recordó lo que papá y mamá le habían dicho acerca de irse con extraños cuando subía al vehículo, pero ya era demasiado tarde.
Sentada en la parte de atrás, con las ventanas y puertas bloqueadas, Marcela sentía miedo. Una emoción que había conocido semanas antes cuando se había perdido en el supermercado. Ni el hombre ni el niño hablaban y ella no quería gritar ni hablar por si los enfadaba.
La lluvia repiqueteaba en el coche, produciendo un ruido fuerte que no ayudaba a la niña a calmarse. La luz de los faros iluminó una casa y maleza a su alrededor. El hombre y el niño se bajaron del vehículo y después la ayudaron a ella a bajar. La guiaban hacia la puerta de la casa por un estrecho camino de tierra mojada.
Aún no había dejado de llover cuando el trío atravesaba empapado la puerta de entrada.
Una mujer menuda la observaba. Cogió su cabeza y se la movió a ambos lados mientras ella la dejaba hacer. Luego rebuscó dentro de su boca, pero la niña no sabía de qué se trataba.
—Tengo sed —se atrevió a pronunciar mientras tiritaba de frío.
—Es guapa. Habéis elegido bien. Tomás —llamó, dirigiéndose al chico—, sube a por unas mantas y a por ropa de tu hermana. Y tú cámbiate antes de que te resfríes.
La niña vio como el hombre siguió a su hijo escaleras arriba mientras la mujer que la había revisado, como hacían los médicos a los que mamá la llevaba, le traía un vaso de agua.
—Serás una buena esposa.»
 Annabel Rubio, tema 3

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