«—¿Preparada?
—Sí, claro. ¿Por
qué no iba a estarlo? Llevo esperándote veinte minutos.
La pareja subió
al coche y condujeron hacia el elegante restaurante. Una vez sentados a la mesa
él retomó la palabra.
—He estado
pensando mucho en nosotros últimamente y creo que es hora de dar el siguiente
paso.
—Yo también he
pensado mucho en nosotros y déjame aclararte el siguiente paso. Me marcho. No
quiero seguir enfrascada en esta relación. Me han ofrecido un trabajo bien
remunerado en Londres y eso me ha abierto los ojos para darme cuenta de que lo
que tenemos aquí no me gusta. No quiero seguir contigo. Necesito un tiempo para
estar sola y pensar en lo que quiero.
Aturdido, vio
cómo el camarero se acercaba con una botella de caro champán hacia su mesa.
—Señor, ¿les
sirvo el champán?
Ella lo miraba,
percibía su mirada inquisidora encima de él, pero sus ojos miraban el mantel
blanco. No había sido un hombre sentimental, nunca había mostrado rabia o ira
en público y aún menos se había mostrado amoroso. Pero en ese instante tenía
ganas de llorar y notaba un nudo amargo en la garganta. Apretó los puños con
fuerza y en voz baja despidió al camarero. Dejó varios billetes de cincuenta
sobre la mesa y se marchó. Abandonó a la mujer de su vida minutos después de
que ella le abandonase a él la misma noche que iba a pedirle matrimonio.»
Annabel Rubio, tema 3
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