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miércoles, 13 de noviembre de 2013

"Un día de suerte para Martín"



«Martín entró a la cafetería donde habitualmente tomaba su café con leche matutino. Allí se encontró con Julián, su vendedor habitual del boleto de la Once, e intercambiaron los mismos chistes de cada día acerca de la suerte de uno y otro. El camarero que estaba escuchando la conversación sugirió a Julián que le diera un Rasca a ver si rascando tenía más suerte. Todos se rieron con la broma y Martín, mostrando su gallardía, le pidió dos ante el asombro de todos.
Al descubrir el primero completamente con una moneda de euro siguió maldiciendo su suerte. Pero cuando los números del siguiente comenzaron a surgir, nadie reía en la cafetería. Martín gritó de alegría y se sumergió en un espiral de gozo. No podía creerse que su suerte hubiese cambiado en apenas un segundo. Unas lagrimillas saltaron mientras llamaba por teléfono a Concha su mujer, para contarle las buenas noticias.» 

 Annabel Rubio, tema 3

¿Victoria o derrota?



«—¿Preparada?
—Sí, claro. ¿Por qué no iba a estarlo? Llevo esperándote veinte minutos.
La pareja subió al coche y condujeron hacia el elegante restaurante. Una vez sentados a la mesa él retomó la palabra.
—He estado pensando mucho en nosotros últimamente y creo que es hora de dar el siguiente paso.
—Yo también he pensado mucho en nosotros y déjame aclararte el siguiente paso. Me marcho. No quiero seguir enfrascada en esta relación. Me han ofrecido un trabajo bien remunerado en Londres y eso me ha abierto los ojos para darme cuenta de que lo que tenemos aquí no me gusta. No quiero seguir contigo. Necesito un tiempo para estar sola y pensar en lo que quiero.
Aturdido, vio cómo el camarero se acercaba con una botella de caro champán hacia su mesa.
—Señor, ¿les sirvo el champán?
Ella lo miraba, percibía su mirada inquisidora encima de él, pero sus ojos miraban el mantel blanco. No había sido un hombre sentimental, nunca había mostrado rabia o ira en público y aún menos se había mostrado amoroso. Pero en ese instante tenía ganas de llorar y notaba un nudo amargo en la garganta. Apretó los puños con fuerza y en voz baja despidió al camarero. Dejó varios billetes de cincuenta sobre la mesa y se marchó. Abandonó a la mujer de su vida minutos después de que ella le abandonase a él la misma noche que iba a pedirle matrimonio.»

Annabel Rubio, tema 3

"La curiosidad de Marcela"



«El cielo estaba gris, a punto de caer un aguacero. Marcela se asustó al oír el rayo y supo que había llegado la hora de volver a casa. En el interior de la vivienda la esperaba Coquito, su gato persa de color blanco con una gran mata de pelo largo.
Atrapó el cepillo y comenzó a cepillar al gato mientras éste ronroneaba contento. Una sombra apartó a Marcela de su tarea y la llevó de vuelta al patio a investigar lo que le había parecido ver a través del cristal.
Un chico, dos años mayor que ella, apareció en su jardín y Marcela no dudó en abrirle la puerta para hacerlo pasar. Pero el niño no estaba solo. Un hombre mayor, parecido a su papá lo acompañaba. Ambos pasaron al interior de la vivienda y tomaron a Marcela del brazo para que la acompañaran a jugar en casa del niño junto a la hermana de éste.
Marcela recordó lo que papá y mamá le habían dicho acerca de irse con extraños cuando subía al vehículo, pero ya era demasiado tarde.
Sentada en la parte de atrás, con las ventanas y puertas bloqueadas, Marcela sentía miedo. Una emoción que había conocido semanas antes cuando se había perdido en el supermercado. Ni el hombre ni el niño hablaban y ella no quería gritar ni hablar por si los enfadaba.
La lluvia repiqueteaba en el coche, produciendo un ruido fuerte que no ayudaba a la niña a calmarse. La luz de los faros iluminó una casa y maleza a su alrededor. El hombre y el niño se bajaron del vehículo y después la ayudaron a ella a bajar. La guiaban hacia la puerta de la casa por un estrecho camino de tierra mojada.
Aún no había dejado de llover cuando el trío atravesaba empapado la puerta de entrada.
Una mujer menuda la observaba. Cogió su cabeza y se la movió a ambos lados mientras ella la dejaba hacer. Luego rebuscó dentro de su boca, pero la niña no sabía de qué se trataba.
—Tengo sed —se atrevió a pronunciar mientras tiritaba de frío.
—Es guapa. Habéis elegido bien. Tomás —llamó, dirigiéndose al chico—, sube a por unas mantas y a por ropa de tu hermana. Y tú cámbiate antes de que te resfríes.
La niña vio como el hombre siguió a su hijo escaleras arriba mientras la mujer que la había revisado, como hacían los médicos a los que mamá la llevaba, le traía un vaso de agua.
—Serás una buena esposa.»
 Annabel Rubio, tema 3