«El cielo estaba gris, a
punto de caer un aguacero. Marcela se asustó al oír el rayo y supo que había
llegado la hora de volver a casa. En el interior de la vivienda la esperaba
Coquito, su gato persa de color blanco con una gran mata de pelo largo.
Atrapó el cepillo y
comenzó a cepillar al gato mientras éste ronroneaba contento. Una sombra apartó
a Marcela de su tarea y la llevó de vuelta al patio a investigar lo que le
había parecido ver a través del cristal.
Un chico, dos años mayor
que ella, apareció en su jardín y Marcela no dudó en abrirle la puerta para
hacerlo pasar. Pero el niño no estaba solo. Un hombre mayor, parecido a su papá
lo acompañaba. Ambos pasaron al interior de la vivienda y tomaron a Marcela del
brazo para que la acompañaran a jugar en casa del niño junto a la hermana de
éste.
Marcela recordó lo que
papá y mamá le habían dicho acerca de irse con extraños cuando subía al
vehículo, pero ya era demasiado tarde.
Sentada en la parte de
atrás, con las ventanas y puertas bloqueadas, Marcela sentía miedo. Una emoción
que había conocido semanas antes cuando se había perdido en el supermercado. Ni
el hombre ni el niño hablaban y ella no quería gritar ni hablar por si los
enfadaba.
La lluvia repiqueteaba en
el coche, produciendo un ruido fuerte que no ayudaba a la niña a calmarse. La
luz de los faros iluminó una casa y maleza a su alrededor. El hombre y el niño
se bajaron del vehículo y después la ayudaron a ella a bajar. La guiaban hacia
la puerta de la casa por un estrecho camino de tierra mojada.
Aún no había dejado de
llover cuando el trío atravesaba empapado la puerta de entrada.
Una mujer menuda la
observaba. Cogió su cabeza y se la movió a ambos lados mientras ella la dejaba
hacer. Luego rebuscó dentro de su boca, pero la niña no sabía de qué se trataba.
—Tengo sed —se atrevió a
pronunciar mientras tiritaba de frío.
—Es guapa. Habéis elegido
bien. Tomás —llamó, dirigiéndose al chico—, sube a por unas mantas y a por ropa
de tu hermana. Y tú cámbiate antes de que te resfríes.
La niña vio como el hombre
siguió a su hijo escaleras arriba mientras la mujer que la había revisado, como
hacían los médicos a los que mamá la llevaba, le traía un vaso de agua.
—Serás una buena esposa.»
Annabel Rubio, tema 3